Bajo crecimiento y políticas expansivas
Rodrigo Aravena Economista Jefe Banco de Chile
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Rodrigo Aravena
Es habitual que septiembre esté marcado por un arduo debate y recomendaciones sobre la dirección y el impulso que debiesen generar tanto las políticas fiscales como las monetarias. En gran medida, esta discusión surge porque, en menos de un mes, el Banco Central publica el IPoM, el gobierno da a conocer los detalles del presupuesto del próximo año y una gran cantidad de analistas realiza aperturas y se refiere a detalles del crecimiento esperado para el próximo año.
Menciono este tema porque hemos visto, no pocas veces, una serie de recomendaciones orientadas a mantener e incluso incrementar el efecto expansivo del gasto público y la tasa del Banco Central. Si bien es positivo que exista un debate sobre estos temas, creo que hay al menos tres grandes razones para no esperar políticas mucho más expansivas.
La primera de ellas es que el bajo crecimiento económico NO es en sí una razón para tener políticas más expansivas. Si bien se ha mencionado en otras ocasiones (incluso lo he escrito en otras columnas en este medio), ello sólo es válido cuando la caída en el crecimiento es transitoria con una fuerte predominancia de elementos cíclicos. Un buen ejemplo fue la recesión de 2009, cuando resultaba muy poco discutible la necesidad de una dosis fiscal y monetaria para mitigar los efectos de la crisis global. Hoy en día, con prácticamente cuatro años creciendo al 2,0%, se hace incuestionable la fuerte existencia de elementos estructurales, los cuales presionan hacia políticas más neutrales que en el pasado.
Un segundo factor es la existencia de elementos puntuales que dificultan la implementación de medidas más expansivas. En el frente monetario es fundamental esperar los impactos que tendría un eventual aumento de la Fed Fund sobre el tipo de cambio, principalmente. Si bien podríamos pensar que ello está internalizado en los precios de mercado, también es cierto que no hay episodios de normalización de política monetaria comparables en el resto del mundo (con tasas de interés subiendo desde 0%), lo cual añade una cuota inusual de incertidumbre. Este elemento, y considerando además que la inflación ha sido principalmente un fenómeno cambiario, genera una razón muy importante para continuar con la cautela y plantear el espacio de un recorte sólo con mayor información. En el frente fiscal, las perspectivas de menores precios del cobre y del PIB potencial son razones para incrementar los esfuerzos de reducción en los déficits y tener una política fiscal incluso más restrictiva.
El tercer elemento, que podría ser el más relevante, es que no podemos pedir a las tasas y al gasto que resuelvan una reducción más bien estructural en el crecimiento económico. Debemos reconocer que el ciclo minero tuvo un rol estructural en la inversión doméstica y que definitivamente este impulso va en retirada. Adicionalmente, la composición demográfica, caracterizada por una menor tasa de crecimiento y el envejecimiento de la población, frenan el crecimiento de la fuerza de trabajo. De esta manera, parte del tiempo que destinamos en discutir si el Banco Central baja o no la TPM y si es que el gobierno debiese reducir más o menos el crecimiento del gasto, debiésemos aprovecharlo para encontrar respuestas a temas como los siguientes: ¿De qué manera otros sectores exportadores compensarán la caída de la actividad generada por el ciclo minero? ¿De qué forma se reactivarán con más fuerza inversiones en sectores como energía e infraestructura? ¿Cómo se podrá impulsar un aumento en la tasa de participación laboral, que compense al menos parte del menor crecimiento demográfico? ¿Qué medidas pueden ser claves para recuperar los niveles de confianza que estimulen el gasto interno? Estas son sólo algunas de las preguntas que debiesen estar en el centro de la discusión y que, sin duda, podrían tener un impacto expansivo en el largo plazo.